El gran Vázquez

El gran Vázquez (2010).
Escrita y dirigida por Óscar Aibar.
Protagonizada por Santiago Segura, Álex Angulo, Enrique Villén y Mercè Llorens.
Duración: 106 min.

Manuel Vázquez (1930-1995), fue uno de los iconos de la historieta española, maestro y referente de las posteriores generaciones de dibujantes. Sus personajes –Anacleto, las hermanas Gilda, la familia Cebolleta%u2026– forman parte de los recuerdos de infancia de una parte importante de los españoles de hoy en día. Pero el autor, genial en su arte, tuvo una vida digna de sus propias historietas, y así acabó protagonizando las aventuras narradas en Los cuentos del tío Vázquez, inspirado en sí mismo y sus andanzas: las de un pícaro del siglo XX, un vividor, un estafador, que dio con sus huesos en la cárcel en tres ocasiones, por los delitos de estafa y bigamia, además de por problemas con Hacienda.

En septiembre de 2010 se estrenó su biografía cinematográfica –lo que los críticos denominan biopic–, con Santiago Segura como el dibujante, escrita y dirigida por Óscar Aibar, un director tal vez no muy conocido para la gran mayoría del público; autor de obras de éxito dispar como La máquina de bailar (2006), comedia que contó también con Santiago Segura como actor principal, o la muy particular Atolladero (1995), western futurista protagonizado por un genial Pere Ponce, con la aparición estelar de Iggy Pop, considerada por muchos una película de culto.

El largometraje se centra en dos aspectos de la vida de Vázquez: su constante actividad como estafador y su labor como dibujante. En el primer caso, el espectador va descubriendo los golpes del timador, riendo con sus ocurrencias y su habilidad para engañar al prójimo, viendo cómo la realidad supera a la ficción, pues lo que parece un guión de comedia, no es sino la vida de Manuel Vázquez, sin ápice de exageración. El protagonista estafa por principios, con una filosofía casi a lo Robin Hood, donde robar a un rico convierte al timador en “un señor”. Por otro lado, vemos su trabajo en la editorial Bruguera, que llegó a ejercer un absoluto monopolio sobre la historieta española, una empresa con un funcionamiento autoritario, en la que compartía suerte con otros dibujantes como Ibáñez o Escobar. Como indicó el propio Vázquez, “Éramos como los esclavos de galeras, pegados al tablero de dibujo sin parar de dibujar. Controlándolo todo estaba el inefable señor González”, el jefe “que lo controlaba todo y que ejercía de padre de todos nosotros. A veces iba de benévolo, a veces pegaba alguna que otra bronca”. Y así aparece reflejado en la película, donde el señor González es interpretado por Enrique Villén (quien aparece también en la reciente Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia), moviéndose entre lo comprensivo y lo tiránico. Junto a él se encuentra Peláez, hombre gris y dictatorial, administrador colocado por la editorial para controlar los gastos y la producción –pues en estos términos se hablaba en una empresa que, semanalmente, debía llenar páginas de varias revistas juveniles, donde la calidad artística de los dibujos no era siempre lo más importante– del taller, interpretado por un siempre magnífico Álex Angulo, antagonista de Vázquez en esta historia, conocedor de sus estafas y víctima hasta el final –la escena del timo del coche es la victoria del dibujante sobre el sistema–.

La reconstrucción de la época –la película se ambienta entre los años 1965 y 1968– es casi impecable, habiéndose prestado mucha atención a ropas, muebles, música y situaciones. Los guiños a los personajes de Vázquez y a otros vinculados a Bruguera, son constantes, desde el Botones Sacarino, hasta 13 Rue del Percebe, así como actitudes y situaciones –como la persecución de Vázquez y su hijo por el sastre y el policía– que parecen sacadas de sus viñetas, o mejor dicho que terminaron por introducirse en ellas, toda vez que el autor dio un carácter autobiográfico a las mismas.

Técnicamente la película es sencilla, sin alardes, bastante objetiva con el personaje de Vázquez, que no provoca admiración pero que asombra con sus siempre más increíbles estafas, sin plantear empatía con un antihéroe, prescindiendo de todo dramatismo –que lo hay– gratuito. En todo momento queda claro, sin embargo, que Vázquez fue un artista genial, que creó escuela, y que la historieta española le debe mucho a su talento. El que “el gran Vázquez” no fuera un santo, es otra cuestión.

Jesús F. Pascual Molina

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